Frustración

Me gusta observar cómo desciende la tinta de los bolígrafos progresivamente mientras escribo, o el tamaño de los lápices cuando me da por dibujar.

Me gusta llenar cuadernos y cuadernos con cosas importantes, y disfruto cuando ocupo la última página.

Me gusta hacer listas para todo, y tachar puntos cuando consigo completarlos. Guardo las listas antiguas para recordarme algún día futuro que aquella vez conseguí lo que quería.

Me gusta, en definitiva, gastar cosas con el uso, porque me hace sentir útil, me hace sentir que el tiempo pasa, pero que lo he invertido en algo productivo, y tengo la prueba de ello.

Me gusta porque cuando el bolígrafo o el lápiz se agotan, siempre tengo otro que lo sustituye. Me gusta porque si termino un cuaderno, no es difícil conseguir o crear otro. Porque si tacho una lista entera, siempre puedo empezar otra.

Pero a veces los bolígrafos se secan, los lápices se caen y se rompen las minas, los cuadernos amarillean, y las listas se quedan con puntos sin tachar. Tengo ganas de hacer cosas, de sentirme tan útil como aquellos días de atrás, pero simplemente no soy capaz.

Y entonces ya no puedo ver cómo se gastan las cosas. Sólo se agota la inspiración. Y eso… no me gusta.

No me gusta porque me hace sentir inútil, y porque no puedo sustituir la inspiración vacía por una llena, igual que hago con un bolígrafo.

Siempre me han dicho que puedo conseguir cualquier cosa, todo lo que me proponga, y me lo vuelven a repetir cada vez que logro alguna pequeña meta. Lo que no mencionan es que en realidad mi verdadera meta, la mayor de todas, lleva estancada mucho tiempo. Ahogándose en las arenas movedizas de mi propia autoestima.