«Eres grande, muy grande»

Como cada día desde hace tanto que ya perdió la cuenta, la valiente joven avanzaba sin descanso a través de la frondosa y exuberante vegetación que tenía a su alrededor. Estaba cansada. Sabía que estaba dedicando una importante parte de su vida a andar sin rumbo, buscando una salida a aquella interminable selva. Pero también sabía que si no lo intentaba, ella y el resto de su pueblo vivirían por siempre en aquel lugar, alejado de todo rayo de la luz del sol.

Se paró a descansar, al lado de una gran roca plana situada en vertical que le permitía apoyar la espalda y miró hacia arriba. Sonrió mientras observaba los enormes árboles que se alzaban frente a ella, altos y fuertes, con densas hojas amarillas que tapaban hasta el más mínimo hueco por el que pudiera verse un fragmento del azul del cielo. Recordó las palabras de su madre, tras un suspiro de resignación, antes de que partiera:

Siempre serás mi pequeña rebelde, la que nunca ha hecho lo que otros le dicen si va en contra de sus principios, la que es capaz de emprender un viaje del que nadie ha conseguido volver jamás. No me gusta tu decisión, pero admiro tus intenciones nobles. Estoy muy orgullosa de ti. Ten cuidado y recuerda: eres grande, muy grande, y puedes llegar donde te apetezca, sea lo difícil que sea. Te quiero, pequeña.

Esas palabras eran las que le hacían avanzar cada día un poco más que el anterior. Encontraría una salida… por ella. Para volver a verla, y para que su suerte y la del resto de su comunidad cambiara para siempre, lejos de aquel cada vez más inhóspito lugar.

Mientras caminaba con cuidado sobre un suelo en el que no podía confiar, escuchó un fuerte zumbido que se desviaba en todas las direcciones de forma caótica. Otra vez no, por favor, otra vez no. Pero antes de que pudiera protegerse, sintió que todo se movía a su alrededor. Que la poquísima luz que había se movía e iluminaba otros segmentos de la tierra. Que aquello que antes estaba al norte, ahora estaba al sur. Pasaron varios minutos hasta que todo volvió a la normalidad. Suspiró aliviada. Puedo llegar donde me apetezca, por muy difícil que sea. Soy una superviviente, se repetía constantemente. Y con ello, siguió caminando.

En su camino, se iba encontrando con pequeños grupos que la mostraban su admiración, pero le recomendaban no seguir adelante. Pocos conseguían aguantar solos hasta ese lugar, pero era casi imposible avanzar más allá. Según decían, cosas raras caían del cielo y mataban a todo aquel que pasara por la zona.

La joven agradeció sus consejos, pero aún así tenía que continuar. ¿Para qué si no había invertido tantísimo tiempo en llegar hasta allí? Animada pero cautelosa, siguió avanzando, hasta que vislumbró algo a lo lejos que le hizo abrir los ojos como platos. ¿Lo conseguí?, pensaba. Según se iba acercando lo veía cada vez más claro. Era un lugar donde la vegetación era bastante más baja, y donde la luz del sol brillaba en todo su esplendor. Eso era lo que iba buscando.

Corrió lo más rápido que pudo en dicha dirección hasta que una especie de trueno-terremoto le hizo pararse en seco. Miró hacia arriba, esperando ver algún indicio de cualquier lluvia extraña, tal y como le habían advertido. Al principio no vio nada, pero de repente, una sombra se fue haciendo cada vez más grande, oscureciendo todo alrededor de ella. Corrió, corrió y corrió, trató de huir de los dominios de aquella enorme sombra. Una vez a salvo debajo de una roca dura y resistente, observó cómo aquella enorme plancha de un material que ella desconocía, aplastaba todo lo que había debajo. La escena se repitió varias veces en distintos lugares. La joven estaba asustada, más por desconocimiento que por otra cosa. De repente, empezó a llover de verdad, y aquellas cosas aplastantes se fueron alejando cada vez más.

Contenta y feliz, salió a sentir el aire puro, la lluvia sobre su piel. Respiró hondo y sonrió. Pero su dicha duró poco, porque empezó a sentir cómo sus piernas pesaban cada vez más. Se caía y no podía levantarse. Hizo fuerza y más fuerza, hasta que ya, exhausta, decidió dormir.

Y así acaba la historia de la joven hormiga valiente, que llegó más lejos que cualquier otra hormiga de su comunidad durante generaciones enteras, pero cuya ignorancia la mató. Viajó desde su hogar, un poblado campo de girasoles que cada día se movían para buscar el sol, hasta un césped cuidado y recortado donde le podía esperar una nueva vida.

A su hogar no llegaba el aire fresco, ni había mucha luz, pero le protegía de las inclemencias del tiempo. En el nuevo lugar descubierto, la luz lo alumbraba todo, había mil cosas nuevas que descubrir, pero se encontraba totalmente desnuda y sin protección.

Ajeno a esta trágica escena heroica, se encontraba un niño, cuyo juego en el jardín de su casa, al lado de un campo de girasoles, había sido destrozado por la intensa lluvia. Un niño que cada día se mide para ver lo que ha crecido. Se siente mayor, grande. Sus padres se ríen, divertidos. Cuánto le queda por crecer, cuánto le queda por aprender.

Pero, ¿acaso ellos ya son grandes y pueden con todo? ¿O son hormigas en el jardín de un gigante?

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